Permanecer casi inmóvil durante horas todos los días mirando pantallas tiene efectos sobre nuestro cuerpo: acortamiento y atrofia de ciertos músculos, calcificación de las articulaciones, efectos sobre la postura, disminución de la fuerza física, de la resistencia, obesidad, trastornos del sueño, náuseas, migrañas, etc. No se encuentran muchos efectos positivos.
Para compensar, se ofrecen aplicaciones de alerta, entrenadores personales digitales, relojes conectados, dispositivos y técnicas de corrección postural, dietas de adelgazamiento, planes de entrenamiento. Hay de todo, algunas plausibles y muchas fingidas. Al final, ninguna de estas "soluciones" tiene poder sobre nuestras decisiones colectivas.
En la escuela, el discurso cambia un poco: clases activas, clases al aire libre, actividades físicas, transporte activo... pero frente a las horas pasadas en las pantallas fuera de la escuela, en detrimento de las actividades al aire libre en la mayoría de los casos, el rendimiento físico de los alumnos sigue disminuyendo. Los mejores estudiantes de hoy están al nivel medio de los estudiantes de hace 40 años. No estamos hablando de deportistas de alto rendimiento, sino de alumnos de clases regulares. Estamos llegando a una fragilidad emocional apoyada por una fragilidad física.
Afrontar directamente la propia condición no es fácil. La cultura del esfuerzo y la perseverancia necesarias para superar las dificultades personales parece ser sustituida por una oferta de ayuda, justificada por trastornos y déficits a menudo inducidos. Pero, ¿quién es el responsable de retomar el camino, de reducir el número de pantallas utilizadas?
No podemos eliminar la tecnología digital de nuestras vidas, así que ¿cómo podemos integrar la tecnología digital en las escuelas y en otros lugares sin tener que doblegarnos a las exigencias de la máquina?
Denys Lamontagne - [email protected]
Ilustración: DepositPhotos - Lenanichizhenova