El fenómeno de la identificación con los modelos siempre se ha explotado en la educación. Aprendemos mucho imitando lo que funciona. Esto también se aplica a los modelos negativos: el fracaso nos anima a no persistir en una dirección determinada. Antes de imitar, observamos lo que vale, un reflejo probablemente adquirido a lo largo de siglos de evolución. La imitación es una forma rápida de aprender; antes de comprender los principios, primero experimentamos con un buen modelo y luego conectamos la información adquirida. Empezar con explicaciones no es tan eficaz.
Aparentemente, tenemos una capacidad muy desarrollada para comparar lo que estimamos, el modelo, con lo que observamos en la retroalimentación. Cuando un niño consigue meterse una cuchara en la boca o cuando ajustamos nuestra forma de andar sobre una superficie resbaladiza, se lo debemos a este bucle de retroalimentación. También funciona en el trabajo intelectual, así que bien podríamos utilizarlo en nuestras clases.
Desde otro punto de vista, limitarse a la imitación nos lleva evidentemente a repetir sólo el pasado, lo que apenas se valora en estos tiempos. En un contexto de cambios rápidos, es evidente que los modelos humanos relevantes son cada vez más escasos; esto se refleja en el respeto que se tiene a las personas mayores en las sociedades industrializadas: se las expulsa de la población activa y se las olvida. Esto en sí mismo crea un modelo negativo: es mejor no envejecer. Esto garantiza la ansiedad durante toda la vida adulta. Este modelo de sociedad no parece ideal.
Se presta mucha atención a los modelos individuales, héroes e ídolos, pero ¿qué pasa con los modelos colectivos? La experiencia individual se adquiere siempre en un entorno concreto y uno puede contar su historia, aunque sea banal, vinculándola a su entorno y dibujando un modelo en el que se reconocerán miles, si no millones, de personas. A través de la biografía de los demás, podemos tomar conciencia de un modelo en el que estamos inconscientemente atrapados y finalmente ser capaces de liberarnos de él si lo deseamos.
Y en pedagogía, ¿cuáles son sus modelos? Evidentemente, preferimos los que funcionan. Hasta ahora decíamos "para la mayoría", ahora podemos decir "para una persona en particular", "para un tema específico", "para un nivel de destreza específico", "en este contexto específico", etc. Existe la posibilidad de elegir el enfoque más adecuado, siempre que se conozcan varios modelos y su eficacia relativa. Algunas personas aprenden a leer y escribir en un año, otras no lo hacen nunca. ¿Qué modelo educativo funciona para quién y por qué? No todas las preguntas tienen respuesta.
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Denys Lamontagne
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